5.20.2015

El Paseo del Águila de Martínez, una postal del abandono

El Paseo del Águila de Martínez, una postal del abandono


I - Bicentenario
Para mayo de 2010 llevé a mis hijos al Paseo del Águila, en la calle Pueyrredón y la barranca frente al río. Esto es en el límite entre Acassuso y Martínez, justo en el corazón del partido de San Isidro. Eran los días de los festejos del bicentenario y en una charla de sobremesa salió el tema del centenario, en 1910. Una cosa llevó a la otra y al rato tomó forma la idea de visitar la vieja escultura del Águila inaugurada cien años antes. Una oportunidad de repasar un poco de historia y de revisitar con mis hijos los lugares donde me llevaban mis viejos cuando era chico.
Para los que no son de la zona, los pongo en contexto: Martínez, localidad del partido San Isidro, tiene unos dos kilómetros de costa frente al río. Bordeándola, hay una barranca donde construyeron sus fastuosas mansiones algunas de las fortunas más ultrajantes de este país. Para los más bien modestos vecinos del Alto Martínez esas barrancas son inaccesibles salvo en las angostas veredas de las únicas cuatro calles que llegan hasta la costa. El único trozo de barranca pública en toda la localidad –el único espacio pensado para que un vecino se siente a tomar un mate a mirar el río desde cierta altura– es el Pasaje del Águila. El mismo es pequeño, no tiene mas que el ancho de una calle y una superficie que no debe llegar a los 2000 metros cuadrados. Termina en un mirador, con una pequeña escalera en forma de gruta que baja a la costa. En otras épocas había un balneario –dicen que los veranos eran mucho más frescos cuando se podía nadar en el hoy infectado Río de la Plata–  y ahora un muy exclusivo club privado.
En la parte alta hay una escultura de un Águila con una inscripción que apenas dice 1810-1910. El paisaje, que hace mucho tiempo debió ser impresionante, cambió muchísimo: los millonarios vecinos linderos lo fueron encajonando con paredones de varios metros de altura. Los árboles, librados a su suerte, crecieron hasta prácticamente tapar la vista al río.
A pesar de todo, para mi era un lugar de recuerdos entrañables. Imaginarán mi sorpresa cuando encontré la plazoleta ¡en pleno mayo del bicentenario! enrejada y cerrada con un candado. Averiguando, descubrí que el cierre fue a fines de 2009. Desde entonces volví varias veces (la última, esta semana) y siempre la encontré cerrada. En poco tiempo cumple 6 años de estar clausurada, sin otro cambio que una ligera mano de pintura para tapar graffitis.

II – Bicivoladores
Es cierto. Poco antes de la colocación de la reja, parecía que hubiera caído una bomba que había arrasado la imagen de mis recuerdos de niño, hace 30 años. Más allá de los graffitis en la vieja escultura y la gruta, lo peor pasaba por que una banda de bicivoladores había convertido la histórica barranca en el mejor circuito para bicicletas todo terreno del gran Buenos Aires. No hay que negar el esmero de los pibes, que a pulmón hicieron grandes estructuras de madera. Pero convertir un paseo público en una pista para un deporte extremo seguramente es un problema para los vecinos que solo quieren pasar un rato al aire libre sin correr el riesgo de terminar con un manubrio encastrado en la saviola.
El enrejado, ofrecido como una solución a esto, fue una simple claudicación de la Municipalidad de San Isidro al abandono de un lugar que era su responsabilidad cuidar y sostener. Como no supo como mantenerlo abierto para todos los vecinos, decidió clausurarlo. ¿Realmente no hay una solución alternativa a la negligencia o al cierre?
Hablamos de un espacio público creado hace 107 años, que lleva los últimos 6 cerrados a cal y canto. La cosa se agrava si se tiene en cuenta que Martínez es una ciudad de unos 75.000 vecinos y con apenas 2 metros cuadrados de espacio verde público por habitante (el más grande, en el río, bastante inaccesible). La Ciudad de Buenos Aires fue declarada en crisis por tener “solo” 6,2 metros por habitante frente a los 10 o 15 que recomienda la OMS. Y aquí nos damos el lujo de mantener cerrada una plaza.
Foto Ariel Sebastián Becker

III- Un poco de historia
El paseo fue inaugurado, con la presencia del Intendente y los Concejales de San Isidro, en la mañana el 24 de diciembre de 1907 con el nombre de La Terraza de Martínez. En esos años se abrieron muchos espacios similares en la localidad de San Isidro. Entre las 20 cuadras que separan la Plaza Mitre y ésta Terraza, fueron apareciendo el Paseo de los Tres Ombúes, y los pasajes El Tala (dicen, construido con $4000 aportados por la aristocrática familia Anchorena) y Los Paraísos. Esos paseos se fueron constituyendo como la marca distintiva de San Isidro. En 1918 escribía La Dama Duende (seudónimo de Mercedes Moreno) en la revista Plus Ultra: “San Isidro;  es éste uno de los altos predilectos de esta Duende, que fatigada de cruzar con la rapidez del pensamiento, dejando atrás las umbrosas avenidas de las viejas chacras silenciosas, sin poder deslizarse inadvertida en ellas, al abrigo de sus frondosos sauces... He de contentarme con la hospitalaria sombra de los tradicionales Tres Ombúes; apoyada en la rústica baranda, trato de atesorar la divina sugestión de ese atardecer maravilloso, en el que se reflejan las aguas del río la opalina transparencia del horizonte”.
Para 1910 la plazoleta fue protagonista de los festejos locales del centenario; en el diario La Nación del 10 mayo figura el cronograma de actividades del 24 de mayo, que empezaba a las 9 con el cambio de nombre de la Avenida Santa Fe por el Avenida del Primer Centenario y a las 14, con la presentación de “gran monumento en la terraza de Martínez”. Según la leyenda local, la escultura de esa ligeramente tenebrosa águila que está a punto de emprender vuelo con unas rotas cadenas en su boca, fue donada por la familia Saint, los que fabricaban los Chocolates Águila y vivían en la mansión lindera con la calle Pueyrredón. Hoy por hoy, la misma es tristemente conocida por ser “una de las casas abandonadas de Yabrán”.
El 10 de marzo de 1911 se trató en el Concejo Deliberante un proyecto para mejorar el predio. El propulsor de la medida, el concejal Ernesto Gramondo, se extendió un poco en la explicación de su propuesta “La Terraza de Martínez es el único paseo que tiene esa población donde asiste siempre una buena concurrencia, he creído llegado el momento de poder completar ese hermoso paseo, llegando la bajada hasta la vía férrea cuyo arreglo se hace necesario a fin de darle mayor amplitud pues la terraza resulta bastante reducida”. Votado sobre tablas, el Concejo Deliberante ordenó que se inviertan 7000 pesos moneda nacional para “el arreglo y embellecimiento” de la plazoleta.

El estilo de construcción elegido –muy en boga en esos momentos– fue el que el arquitecto Daniel Schávelzon, una verdadera autoridad en arqueología urbana, llama de grutescos y rocallas. Este fue un estilo ornamental que se brindaba como “una recreación de la naturaleza, una apropiación mediante técnicas artesanales y materiales industriales de las rocas, cascadas, árboles, montañas, grutas y ramas de árbol”. Su seña distintiva eran esos troncos de cemento que todavía se pueden ver en algunos lugares de la localidad. Es que el arquitecto específicamente señala que “el área del entorno de la ciudad que tuvo el mayor proyecto de arquitectura de rocallas o al menos el que más la usó en una propuesta global de jardinería, fue San Isidro, posiblemente debido a que era la zona de mayor poder adquisitivo del gran Buenos Aires”.
Quedan pocos rastros de este tipo de construcciones en la mayor parte de estos pasajes, tal vez una baranda y poco más. Pero Schávelzon apunta que “quizás la mejor conservada pese a todo es la del Águila, ahora cerrada al público ya que es la única que tiene aun su gruta. Allí hay una a través de la que se puede pasar, con bancos, barandas de troncos falsos, vegetación rampante, escaleras, y maderas de cemento y plantas que dan la imagen idílica de la selva dominante; la lujuriosa aunque artificial vegetación de la inhóspita África”.
El trabajo de Daniel Schávelzon es extenso y muy interesante, y más allá de alguna pequeña discrepancia que tengo[1], lo recomiendo ampliamente para quienes alguna vez piensen seriamente en reparar, restaurar o “poner en valor” (expresión muy bastardeada, como veremos) la barranca del Águila.

Foto Ariel Sebastián Becker
Siguiendo con la historia, el 10 de marzo de 1919 se decide cambiar, a propuesta de Eduardo Madero, el nombre de La terraza de Martínez, que según figura en las actas también era conocido extraoficialmente como “Paseo del Águila o De los Palitos” (¿referencia a las ramas de cemento que formaban las barandas?), por el de Balneario Mar Dulce, en homenaje al descubrimiento del Río de la Plata. No sé cuándo se empezó a llamar oficialmente Paseo del Águila, pero es claro que fue el nombre que con el tiempo lograron imponer los vecinos por encima de los nombres oficiales. En julio de 1924 se entrega la zona costera del balneario en una concesión para ofrecer diferentes servicios, como baños. La cesión fue por una década, pero de alguna manera sigue vigente 91 años después. El status legal de las concesiones de la costa: uno de los grandes misterios de San Isidro.
A partir de ahí, se convirtió en uno de los puntos de mayor afluencia de público del partido. Miles de personas se acercaban los fines de semana para refrescarse, antes de que el río se contaminara en forma definitiva. Incluso se cuenta que la primera línea de colectivos de la localidad fue la que unió la Estación Martínez con El Águila, dato no menor si tenemos en cuenta que la actualidad no existen medios de transporte que unan el alto Martínez con el río: cualquier vecino sin auto que quiera acercarse a la costa, debe bajarse del colectivo en la Avenida Santa Fe y caminar unos 1800 metros hasta las orillas. El Mar Dulce era un balneario popular, exactamente lo contrario del ahora poco inclusivo Águila Club.

En mi infancia mis viejos me llevaron varias veces al Águila. Bajando la barranca, el paisaje era bien diferente, el agua llegaba hasta el murallón al borde de las vías. La reapertura del Tren de la Costa significó ganarle varios metros al río, cosa que sirvió para que Martínez aumentara sus escasos espacios verdes. Esos nuevos parques costeros son lindos. Se ven cuidados, pero lamentablemente resultan bastante lejanos para el vecino peatón.
Le Corbusier decía que Buenos Aires es una ciudad que le da la espalda al río. Lo de San Isidro es todavía peor, prácticamente solo permite que unos pocos privilegiados –los señores del Bajo– accedan al mismo. Para los demás, varias barreras frenan el acceso. Como ejemplo de esas dificultades, la única forma de llegar desde la parte alta de la barranca del Águila a la parte baja –poco más de 50 metros de recorrido por las escaleras, si estuvieran abiertas– actualmente implica hacer un rodeo de unos ¡2 kilómetros! (hay que retroceder 3 cuadras hasta Quintana, caminar 7 cuadras hasta Alvear, bajar los 400 metros hasta Solís y por ahí unos 700 metros hasta Pueyrredón. Así podemos ver el otro lado de El Águila, cerrado con otra reja y otro candado). El cierre del pasaje implica un obstáculo extra para llegar al río, otro pequeño aporte para convertirlo en un lugar cada vez más exclusivo.
En 1912 hubo un plan del gran paisajista Benito Carrasco y del ingeniero todoterreno Jorge Duclout –a pedido del Ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires– que proponía exactamente lo contrario: la creación de una gran serie de espacios verdes desde Vicente López a Tigre, unidos por una ancha avenida costanera. El proyecto preveía construir un gigantesco parque público en el bajo de San Isidro y, en Martínez, una serie de terrazas destinadas “a las clases más modestas” (¡somos nosotros!). No sé porqué nunca se concretó la idea, pero con ella perdimos la oportunidad de sentir la brisa del río en la cara.

Carrasco, el creador del Rosedal de Palermo entre otras cosas, escribió una frase que merece nuestra mayor atención en estos momentos: “para conocer el grado de adelanto de una ciudad basta estudiar sus paseos públicos”.

IV- Armemos un fideicomiso
El año pasado Karin Salvucci –no tengo el gusto de conocerla– inició un petitorio online “para que reabran la bajada del Paseo del Águila en Martínez”. Ahí cuenta que “ este espacio esta con un cartel de restauración hace mas de 5 años y nunca he visto ningún operario ni maquinaria en el lugar tratando de arreglar nada y paso todos los días por ahí”. Y expresa un temor concreto “sin las firmas y la solicitud, venderán el Águila en cualquier momento, como todos lo espacios públicos de San Isidro”.
Este miedo tiene un origen real: En septiembre de 2008 la Municipalidad de San Isidro decidió "desafectar" (es decir "vender") la barranca de la calle Güemes, la siguiente de Pueyrredón hacia el lado de San Isidro. Si bien ahí no había una plaza o mirador, era un espacio propiedad del Estado Municipal (es decir, de todos los vecinos). El Municipio tenía otras opciones aparte de venderlo, por ejemplo construir otro espacio público que se sumara al histórico circuito de paseos sanisidrenses.
Los argumentos para la venta fueron variopintos, y se pueden leer aquí, en la versión taquigráfica de las sesiones del Concejo. Por ejemplo un edil dice que vota a favor de la venta, a pesar de creer que “si se vende una calle, el 100 por ciento de los fondos obtenidos por esa venta sean invertidos en bienes perdurables en el tiempo y que no quede margen para que eso se licue en gastos superfluos” (concejal Muñiz, del PRO). También se dice que si se hiciera otro paseo habría que “asumir los problemas que en muchos casos generan algunos de los paseos de barrancas que tenemos” (edil Castellano, del oficialismo). Otro señala que apoya y acompaña para que se puedan “realizar acciones o comprar bienes que le pueden ser útiles a la comunidad de San Isidro” como la compra de “un video endoscopio” y de “ ascensores para discapacitados” (concejal Martín, del FPV). También hubo –pocas– voces en contra “Si realmente pretendemos proyectar un San Isidro para un tiempo futuro, algunos consideramos que el hecho de desafectar esta barranca no es el camino más adecuado” (concejal Sánchez Negrete, del GEN).
La ordenanza fue promulgada el 4 de septiembre de 2008. Ahí se determinó la venta del terreno de 1612 metros cuadrados a un precio que “no podrá ser inferior al equivalente a 248 dólares el metro” (en una zona donde el valor del suelo cuadruplica cómodamente esa cifra). Se decidió que el 20% obtenido a la firma del boleto se usaría para la adquisición de un video endoscopio“y/o la compra de ascensores para discapacitados, para las piletas de natación de los Campos Municipales, que lo soliciten”. El resto, que se pagaría en muy cómodas 120 cuotas mensuales (que el afortunado comprador terminará de pagar en 3 o 4 años), sería destinado a engrosar el presupuesto de la Secretaria de Obras Públicas. En otras palabras, se vendió una hermosa y única barranca de Acassuso por unos u$s400.000. El video endoscopio se compró en abril de 2010 con un costo de $263.000 (unos u$s 68.000, en esa época). En cuanto a los ascensores, nadie los debe haber solicitado porque no tenemos noticias de este tipo de aparatos en los campos de deportes del distrito.

La “desafectación” es un método común de la MSI para conseguir recursos. En los últimos años se vendieron partes de la calles Posadas, Laínez, Rosario de Santa Fe, Héroes de Malvinas... estas últimas sendas barrancas en las zonas de Beccar y San Isidro. En el debate por la venta de la calle Rosario de Santa Fe la concejal Fandiño –una de las pocas que siempre se opuso a las ventas de patrimonio municipal– dijo en broma “armemos un fideicomiso y compremos, porque es un buen precio”. Es que una constante de estas ventas es un monto bastante accesible, muy por debajo del valor de mercado. Un punto, claro, es que estos negocios no se hacen abiertos al público general, si no a personas específicas –siempre vecinos linderos, que en muchos casos ya estaban haciendo uso de la propiedad y se busca normalizar la situación (son “gente bien”, parece que en estos casos no se conjuga el verbo usurpar)– cuyos nombres  y precios de transacción figuran claramente en las ordenanzas. La curiosa excepción es la barranca de Güemes. Al día de hoy, no se sabe quién (ni exactamente por cuánto) compró a la hermosa barranca hermana del Paseo del Águila.

Foto Ariel Sebastián Becker
¿Se venderá el Águila? Sin noticias de su reparación o de su apertura, sin explicaciones de su cierre, cumpliendo seis años de clausura sin que haya novedades... todo es oscuridad en relación a su futuro. El principal objetivo de éstas líneas es mantener vivo el recuerdo de este lugar, porque quizás con otros 6 años de vallado, lo olvidemos para siempre.
En el debate de la calle Rosario, Fandiño planteó un punto clave “La barranca no es metro por metro. La barranca es una identidad de San Isidro, es un patrimonio valioso, y no puede ser considerada solamente por metros cuadrados”. Esta línea nos sirve no solo para reflexionar sobre estas ventas, si no también a la clausura de barrancas públicas como el Pasaje del Águila o el Paseo de los Tres Ombúes, otro lugar tradicional actualmente cerrado. La que está encerrada ahí es nuestra identidad.

V- Puesta en Valor
En 2006 empezó un programa del Municipio de “puesta en valor” de escaleras y miradores históricos (el único que no fue intervenido fue “El Águila”), producto del trabajo conjunto “de profesionales y técnicos de las Secretarías de Obras Públicas y Servicios Públicos de la Municipalidad de San Isidro con los equipos de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires (UBA)”.
El plan buscó arreglar los paseos del Partido. Se empezó por el característico Paseo de los Tres Ombúes (siguiendo la céntrica calle Belgrano -la de la Estación San Isidro- hacia abajo) con un ambicioso proyecto, que incluía “restauración de la antigua escalinata y la reconstrucción y puesta en valor del acceso al túnel. Los trabajos incluyen la parquización del paseo, la instalación de bancos, canteros, papeleros y columnas de iluminación siguiendo la tipología de los paseos de las barrancas”. Por otro lado, el proyecto contemplaba “la iluminación del conjunto se realizará por medio de artefactos que proyecten luz a los centros de interés.” Finalmente, el broche de oro: “por razones de seguridad y a efectos de controlar los accesos al paseo y disponer horarios para su uso se realizará el cerramiento mediante la colocación de rejas”.
En fin. No sé quién coordinó el proyecto, pero los resultados estuvieron muy lejos de lo propuesto. Los añejos escalones y los barandales con canteros fueron reemplazados por simple hormigón, con una estética que remite a un agrio estacionamiento de supermercado.
Ver las fotos del paseo original comparándolas con la de hoy muestra un paisaje increíblemente cambiado. También es notable el cambio con las configuraciones posteriores del lugar, como la que se puede ver en la película Si muero antes de despertar de 1952. En ese gran clásico del cine argentino, Carlos Hugo Christensen usó las escalinatas en varias escenas (una magnifica vista se puede ver en este preciso instante), incluso convirtiéndolas en el leit motiv de la alucinante secuencia onírica. En la película se nota que ya no estaba el estilo de rocallas en el lugar, pero si se ven los escalones de ladrillos y los bordes con canteros (pero sin flores). No muy diferente, más allá de cierto deterioro, a los propios recuerdos de mi adolescencia, cuando me escapaba de mis clases del Nacional de Martínez. Ahora es un paseo frío, con unos escalones de cemento sin magia y sin misterio. Tres Ombúes está dentro del área de preservación patrimonial de San Isidro, una zona de protección arquitectónica. En la práctica, esta “puesta en valor” fue equivalente a que un vecino del casco histórico demuela su casa colonial y la reemplace por uno de esos nuevos hogares racionalistas de hormigón que están tan a la moda.
Como sea, lo único del proyecto que funcionó con precisión es el cerramiento de rejas, que permite definir claramente cuando el vecino puede visitar el lugar: prácticamente nunca. Hasta donde se, solo se abre para unas muy eventuales visitas guiadas.
Lo más curioso de todo esto es que no hubo explicaciones oficiales sobre el cierre ¿definitivo? del Paseo de los Tres Ombúes ni del Águila. Recién a fines de 2014 –algunos años tarde– hubo un tibio y burocrático “pedido de informes” sobre “los motivos que motivaron” el cierre de estos espacios. Que yo sepa, al momento nadie informó nada.


VI- Mi modesta proposición
A fines de 2014 se lanzó un nuevo escudo para San Isidro. Oficialmente fue ofrecido no como un reemplazo al tradicional (aunque lo sustituyó en todas las imágenes públicas de la MSI), si no como una especie de logotipo, una marca para identificar a quién presta servicios en el distrito. El mismo fue acompañado con un fuerte operativo de marketing, que pasó por difundir un “video institucional” en distintos ámbitos, carteles con el nombre de algunas calles, todas las unidades municipales ploteadas, una enorme cantidad de afiches e incluso la ocupación y decoración de una playa en Mar del Plata “con el objetivo de promover el turismo y las inversiones en San Isidro”.
Puede que no sea tan mala idea, pero me genera dudas. ¿Que promocionamos, por ejemplo, en el ámbito turístico en San Isidro? Hace unos meses fui a hacerme el nuevo DNI a la delegación del Tren de la Costa. Vi varios contingentes de turistas extranjeros que eran arrojados justo ahí, con la indicación de ver la Plaza, y más allá, la Catedral. Pero la Plaza Mitre no está en su mejor momento: Las baldosas (ladrillos, en rigor) rotas, los canteros sin pastos ni plantas y cubiertos de tierra seca, la fuente despintada y sin agua, el “reloj floral” sin flores ni agujas. Un lugar que, salvo los superficiales arreglos cerca de las festividades de cada 15 de mayo, no suele tener reparaciones.
Entonces, y más allá de la Quinta Pueyrredón que está muy linda y cuidada ¿Qué otros espacios Municipales pueden visitar los eventuales turistas que son dejados en ese punto, si la Estación esta casi abandonada, la Plaza es una pena y el Paseo de los Tres Ombúes está cerrado?
Mi propuesta es establecer un orden de prioridades. Limitar los gastos relacionados con el marketing asociado al “Nuevo Escudo” para invertir en restaurar el tradicional circuito de paseos históricos. Digo, ponderar lo de los “bienes perdurables” y los “gastos superfluos” que mencionaba aquél ex concejal y que lo que hoy identifique a San Isidro no sea un logo azul en un patrullero si no una serie de paseos que recreen la sensación de nuestros antepasados al visitar la zona. Recordemos las palabras de La Dama Duende en el mirador de Los Tres Ombúes “la divina sugestión de ese atardecer maravilloso, en el que se reflejan las aguas del río la opalina transparencia del horizonte”.
Hago unos números para que se entienda lo que digo. Se gastaron $500.000 pesos en crear el logo, unos $532.400 en un video institucional y otros $5.921.205,10 en impresión de carteles, lonas, calcomanías para tachos de basura y ploteo de vehículos con el escudo azul (esto desde septiembre de 2014 hasta mediados de diciembre del mismo año, todavía no se publicó el último boletín oficial de 2014, ni ninguno de 2015). Eso suma 6.953.605,10 pesos, al cambio de hoy unos u$s 800.000. Y hay gastos todavía no contabilizados (impresión y colocación de miles de afiches, presentación en el Hotel Hilton, la promoción en la costa bonaerense, etc.) que llevarían los gastos en este rubro a superar, muy cómodamente, el millón de dólares. Una comparación odiosa: todo lo ingresado por la venta de la calle Güemes no alcanzaría ni para cubrir la mitad de lo que costaron estas onerosas calcomanías.
¿Y si en vez de pagar un millón de dólares en sobrepreciados ploteos (que con suerte durarán cuatro o cinco años antes de que el sol los comience a decolorar), se hubiera dedicado parte de eso en reparar El Águila? ¿Y si se reconstruyera Tres Ombúes –restaurarlo en serio, digo– y los otros paseos con su espíritu original? ¿Si se trabajara un poco en la Plaza Mitre? Tengamos en cuenta que la "puesta en valor" de Tres Ombúes consistió en 249.700 pesos (u$s 83.000) en remodelacion de escaleras, muros de contencion y rejas en diciembre de 2006, 115.500 pesos (u$s38.000) en instalación electrica, movimiento de suelos y vereda en mayo de 2007 y $91.337 (u$s27.000) en la instalación de rejas (nuevamente) hacia diciembre de 2008. Es decir que con 150.000 dólares se pudo reparar el paseo más característico del partido. Con un poco más de dinero capaz que se hubiera podido hacer bien. ¿Y con un palo verde? Ya es tarde, pero si se hubiera hecho algo así –y por qué no, agregando un nuevo espacio en esas barrancas vendidas como la de la calle Güemes– tendríamos una “Marca San Isidro” sólida, una forma de atraer inversores y turistas mucho más atractiva que un simple escudo azul detrás de alguna no muy perdurable modelo de moda.

Pero más allá de esta idea relacionada con el turismo, no hay que perder de vista que estos paseos son parte de nuestra identidad. No hay familia de la zona que no tenga algún recuerdo o anécdota en estos espacios. Varias veces me contaron la historia –ahora se fue borroneando en mis recuerdos– de ese bisabuelo que, creyendo que estaba en alguna desolada ribera de su Europa natal, a duras penas pudieron detener cuando se mandaba en bolas al río. O la vez –en plenos años ´60– que mis viejos cargaron en su jeep montañas de hortensias recogidas en la ribera del Águila, que fueron repartiendo por las calles del barrio. Es que mis bisabuelos, mis abuelos y mis padres tuvieron sus historias en estos espacios. Yo también tengo mis recuerdos en el Águila. Pero mis hijos no. Con suerte en unos años recordarán una reja cerrada, una salida fallida y una muy larga caminata para llegar a algún lugar donde poder consumar el picnic.

Se podrá argumentar que arreglar y reabrir los paseos sería una invitación para que los “vándalos de siempre” lleven sus rampas y aerosoles para arruinar todo el esfuerzo. Es discutible, la Plaza 9 de julio de Martínez es un ejemplo de un espacio sin rejas que la propia Municipalidad puede mantener en perfectas condiciones. Pero bueno, si las rejas debieran permanecer (insisto, creo que no deberían) no pueden aceptarse sin un horario diario de apertura y cierre claramente definido.

VII – Audazeleva envuelotriunfal
Hoy el la barranca del Águila de Martínez, “el único paseo que tiene esa población” en palabras del concejal Gramondo en 1911, está cerrada. Esas viejas postales que están aquí, sólo amplifican el abandono actual. Eso, en si mismo, marca una profunda diferencia con tiempos pasados, con esa vieja Argentina. A principios del siglo XX las autoridades municipales se ponían de acuerdo con los acaudalados vecinos (con todo lo mucho que hay para criticar de los Anchorena y cia.) que aportaban para crear, mejorar y embellecer los espacios públicos, como con El Tala. En cambio, a principios del siglo XXI lo vemos invertido como en un espejo: las autoridades municipales se ponen de acuerdo con los acaudalados vecinos para venderles, a bajo precio, espacios públicos como la calle Güemes.
Mientras tanto, el Águila del centenario vio el bicentenario encerrada, sin siquiera un pequeño acto protocolar. Esa Águila –que todavía esta a punto de elevarse, amenazando con nunca concretado vuelo triunfal– hoy apenas la podemos vislumbrar desde atrás de una reja. Una metáfora con varias lecturas. Todas fuleras.


Consulta de materiales históricos: Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal “Dr. Horacio Beccar Varela”.
Fotos: San Isidro barrio históricoAriel Sebastián Becker y el autor de estas líneas.



[1] Schávelzon afirma que “El monumento (El Águila) había estado en origen en la Plaza Pueyrredón pero luego fue trasladado hasta allí.” Esto se refiere seguramente a una postal donde se ve la imagen del águila y pone “Plaza Pueyrredón, Martínez”. Yo creo, sobre la base de los documentos, que el Águila siempre estuvo donde está ahora y que le mandaron Pueyrredón por error, por ser el nombre de la calle donde está la barranca.

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