El Astro: La muerte del último cine de barrio
Ojeando uno de esos ofensivos desperdicios de papel que son las revistitas de ventas de casas, veo un aviso que puede pasar desapercibido si uno no es productor inmobiliario, pero que implica la destrucción de un espacio fundamental para la cultura de la zona norte.
Esos “843 metros cubiertos, aptos cualquier destino” que ofrecen en alquiler por 18.000 dólares mensuales (!) no son otra cosa que el mítico cine Astro, el último cine de barrio, desde la General Paz hacia el norte (y no creo que haya muchos otros casos en el resto del gran Bs As), que todavía funciona dentro del circuito comercial cinematográfico.
El Cine Astro se inauguró el 23 de marzo de 1933. Fue la gran obra de Ido Bentivogli un sastre que a los 25 años abandonó su oficio por la fantasía de poner un cine en Martínez, por aquella época un pueblito suburbano con muchos baldíos y calles de tierra. En sus orígenes también fue teatro, y se cuenta que actuaban figuritas de la talla de Azucena Maizzani o Carlos Gardel. Desde entonces, y junto con el cine Bristol creado por el propio Bentivogli en la década siguiente, en esa cuadra de la Avenida Santa Fé al 1800 se consolidó el centro social y cultural de Martínez. No por nada mi abuelo instaló ahí su disquería Casa Sapere, en la época en que los discos giraban en 78 rpm. Ahí vieron sus primeras películas mis viejos, cuando todavía no había TV. A esos cines íbamos los pibes del barrio, las veces que lográbamos juntar las monedas suficientes, para ver en algún doble programa la última de Adriano Celentano. La poca cultura cinéfila que tengo la conseguí ahí (y en el querido y fenecido Cine Casino, de Punta Mogotes ¡cada día una película distinta durante todo el verano!)
"Hace 18 años que tendría que haber cerrado" confesó Carlos Bentivogli, hijo del fundador, en una nota publicada el año pasado en el diario zonal Prensa Libre. Arrasados sucesivamente por la TV, el video, el cable y los shoppings, los cines de barrio de toda la ciudad de Buenos Aires y alrededores fueron cayendo en la ruina. El otro gran problema pasa por los distribuidores, que se la juegan por pochoclín y sus secuaces. Lo señala Bentivogli “las distribuidoras y las cadenas acuerdan y te mandan las películas después de tres meses”.
Con el auge de los multicines el Astro pudo aggiornarse un poco, dividiéndose en dos salas (470 y 230 espectadores). Eso y la tozudez de una familia que se resistió a dejarlo caer, tal vez fue lo que lo dejó sobrevivir mas que ninguno. Hasta ahora.
Hace un tiempo llevé a mi hijo al Astro a ver Spiderman 3. Podía haberlo a llevado a cines que tecnológicamente humillan a esta vieja sala (acá cerca hay una sala con THX, y un poco mas allá está el IMAX) o mas baratos (el Coto de Olivos es un hallazgo). Preferí el Astro, no como una suerte de rito iniciático cinéfilo que probablemente un chico de seis años no pueda percibir, sino como un reencuentro con ese ritual en el que me introdujeron mis viejos, de comprar maní con chocolate e ir al cine del barrio.
Porque el cine no es sólo el sonido y la sucesión de los 24 cuadros por segundo, también es una ceremonia colectiva. Es encerrarse en un viaje con un montón desconocidos y compartir por dos horas las risas, los sustos, la tensión o el sopor que produce una película. ¿Cuántas sensaciones se habrán acumulado en esa paredes manchadas y en las notablemente duras y ajadas butacas en estos setentiseis años de historia? Si ver una película es un ritual, la sala ocupa el lugar de un templo. Y –siguiendo la berreta metáfora religiosa– la distancia entra una sala cinematográfica de shopping y una de setenta años es la misma que hay entre una iglesia inaugurada el año pasado y alguna de esas derruidas catedrales medievales que hay en las europas.
Tengo un recorte de un diario zonal de mayo de 1982, donde aparecen los cines de la zona norte. Pasar superficialmente lista es deprimente. El Atlantic de Olivos pasó a ser una iglesia evangelista, cómo el Super de Boulogne, el Avenida de Vicente Lopez y el Hispano de San Fernando (curiosamente, algunos templos también fracasaron y cerraron); el California de Beccar y Gran Acassuso de San Isidro fueron demolidos; el Gran Delta de Tigre está abandonado; el San Isidro, luego se su breve paso como cine XXX, ahora es un supermercado; donde estaba el querido Autocine Panamericano anunciaron la construcción de cuatro edificios corporativos.
Un poco mas suerte corrieron el Electra de Vicente López que ahora es un videoclub (una degradación de esa vieja sala, donde una vez fuimos a ver una de Los Muppets con mi hermana y primos, pero al menos ahí todavía se habla de cine); el Bristol de Martinez se convirtió en el teatro mas importante de la zona norte, que recibe tanto a Les Luthiers como a Nestor en bloque; el York de Olivos ahora es un centro cultural que suele pasar películas en video.
La idea no es caer un cinemaparadisismo llorón, ni pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Pero tampoco podemos mirar para otro lado mientras se pierde un espacio tan importante para la cultura cinéfila.
El Astro todavía sigue proyectando, al menos hasta que se funda o aparezca algún emprendedor que lo quiera demoler para poner una concesionaria de autos o una botica de electrodomésticos.
El gobierno municipal de San Isidro hasta el momento no ha dado muestras de interesarse en el asunto. La comunidad en general no lo registra. Hace algunos meses Jorge Alvarez –vecino del barrio y político– creó un grupo usuarios en facebook para intentar salvarlo. Somos tan pocos los anotados que no llegaríamos ni a llenar la sala mas chica del cine.
Nota agregada el 24 diciembre de 2009: Finalmente se anunció el cierre del cine Astro, apenas una semana después del incendio del Bristol.
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